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Mostrando entradas de septiembre, 1984

Prólogo

Una noche, en alguna parte del mundo, te vuelves a mirarte en el espejo de un camerino que nunca puede ser tu propia casa, y contemplas tus ojos desconcertados e hinchados por la fatiga. “¿Qué estás haciendo aquí?” “¿Por qué haces lo que haces y no otra cosa?” “¿Quién eres realmente tú?” . Al otro lado de la puerta todavía se agita una multitud fervorosa que te ha estado escuchando durante dos horas, aún aplaude al escenario vacío, espera que regreses y que le entregues lo que te queda de ti. Alguien te dice muy nervioso que los servicios de seguridad apenas pueden contener a un grupo que pretende asaltar el camerino el camerino y te ruega que salgas hacia el automóvil que está esperándote ante una puerta lateral y secreta. Sin cambiarte de ropa, sin secarte el sudor, sin probar un sorbo de agua. Pero debe ser pronto, inmediatamente, antes de que resulte demasiado tarde. Porque a veces, y con frecuencia, el afecto es peligroso. A veces la pasión hiere. Pero ha bastado esa mirada fug

Capítulo 1. Mamá, tengo hambre!

La primera lengua que yo aprendí fue el valenciano. Y el primer recuerdo que conservo recuerdo que conservo pegado a la memoria no es un recuerdo de vida, sino de muerte. Mi madre, mi mama, el confuso dolor y las ganas de comer. Eso es todo. Antes de los tres años debieron de ocurrirme grandes cosas y especialmente he sentido siempre la misteriosa ternura y el amor que me rodearon desde que nací como un manto cálido y seguro, algo de lo que la vida, para mi fortuna, no ha querido despojarme nunca. Sin embargo, recuerdo solo las lágrimas de mi madre y de mi hermana, una sombra de dolor, el hambre. Me parece injusto, pero nadie puede alterar su memoria. Naturalmente, se han borrado los perfiles y los detalles. ¿Qué ocurrió? Estaba muy enfermo, los médicos no descubrían lo que me estaba pasando, todo el mundo en la casa pensaba que iba a morirme lo mismo que una hermanita nacida seis años antes que yo: Mari Carmen, desaparecida a los veinte meses. La fiebre me tenía postrado e inerte.

Capítulo 2. Detrás de la cortina

Quizá yo intenté demasiado pronto poner en práctica ese convencimiento de que la vida es hermosa cuando la gente se ama...La verdad es que el ambiente familiar de mi infancia me impulsaba a ello. Quienes no ha tenido tanta fortuna pensarán que hay algo de injusticia en todo esto y yo mismo lo pienso a veces; no injusticia en el hecho de que yo haya sido un niño feliz, sino en el hecho de que no todos los niños hayan sido o sean felices. Frecuentemente en mis viajes, especialmente por el interior de México y en América del Sur, aunque también en España, he encontrado esos rostros desolados de niños, esos ojos tristes y vacíos que gritaban su incomprensión ante una desdicha evidentemente injusta. “El que no hay razón que le condene a andar sin manta”, como dice Horacio Guaraní, con débil gramática, en su canción Si se calla el canto, que yo grabé en 1973. en esos momentos me daba rabia de haber sido tan afortunado, especialmente en mis primeros años. Luego uno se va labrando su dicha o s

Capítulo 3. El arte de la fuga

A media mañana, el maestro del colegio “ Cervantes” se levantaba casi de un salto y gritaba, más como una amenaza que como una invitación: -¡ Al recreo! Sabíamos todo lo que debíamos hacer. Yo sabía también que en unos minutos más tarde iba a tener otra oportunidad de fugarme. Pero el recuerdo más nítido que tengo de aquel colegio es que cada día quería escaparme de él. En realidad, ese deseo ha sido una especie de obsesión durante los aproximadamente diez años que duró mi educación oficial en distintos centro de Alcoy. El primero que recogió mis frágiles huesos de dos o tres años fue el “ Colegio del Pilar”, quizás una guardería, y lo único de él recuerdo es que no quería entrar. Como la mayor parte de los días no tenía mas remedio que hacerlo, el segundo recuerdo es que sólo deseaba escaparme. Por eso la orden de recreo en el “Colegio Nacional Cervantes” me sonaba como una velada invitación a intentar de nuevo una fuga. Pero el maestro me conocía bien. Nos poníamos todos en fila indi

Capítulo 4. Que sea como tú

La construcción de un hombre es tarea larga y compleja que dura toda la vida. Y como en el caso de los edificios, el éxito de esa construcción depende sobre todo del arquitecto que imaginó los planos y de los ingenieros que pusieron los cimientos. No voy a caer en la pretensión de meterme en camisa de once varas, que psicólogos y pedagogos han escrito ya sobre el asunto para dar u tomar; sólo estaba refiriéndome a mi experiencia personal. Voy repasando pequeñas historias, anécdotas minúsculas, el difuso tejido de mi infancia y siempre aparece la misma trama querida: mi madre fue también más intensa, pero quizás un poco más tarde, en la adolescencia; sin embargo, mi madre y Chelo me han ido acompañando siempre como dos luces imprescindibles. No descubro un solo rincón de mi niñez del que ellas dos estén ausentes. Tal vez porque teníamos intereses distintos, por la diferencia de edad –especialmente con el mayor- y porque siempre me sentí el preferido en mi casa, la relación con mis dos h

Capítulo 5. ¡¡¡ Auxilio Camilo !!!

Cuando nos levantamos aquella mañana no sabíamos en dónde poner el cuerpo. Era ya tarde, más de las diez. Para un niño de nueve años, tan enamorado como yo del movimiento y de la vida que pasaba a mi alrededor, el último día del colegio era siempre como un enorme portón de acero a través del cual no se veía nada. Quiero decir que no sólo no echaba de menos las clases y los profesores, sino que incluso sentía en alguna esquina del alma que todo aquello no existía. Y no porque lo odiase; sencillamente no pensaba en ello, el colegio se había volatilizado. De modo que cada mañana era una alegría nueva, incluso una mañana como aquella en que el calor levantino pesaba como una piedra. ¿ Era sábado tal vez?. Las chicharras atronaban por todas partes, el sol parecía pegado en el suelo como una hoguera infinita. A los ocho años y en esas circunstancias sólo piensa uno en resolver los problemas que siente en su piel. Imagino que desayuné más o menos como todos los días, que mi madre me dio un be

Capítulo 6. Cristiano, moro o judío

El día 23 de abril estalla el mundo en Alcoy. Las bandas de música, a pesar de utilizar los instrumentos de viento y percusión a todo trapo, apenas pueden dejarse oír entre los truenos de la pólvora y los repentinos bramidos de los trabucazos. Como en tantos otros pueblos levantinos y andaluces, las fiestas de Moros y Cristianos son a la vez una leyenda fantástica y una fantasía viva. San Jorge, ese santo apócrifo que el Vaticano apeó de sus censos aunque siga haciendo patrono de medio mundo; el San Jorge de la victoriosa lanza reúne en Alcoy a moros, judíos y cristianos, ciudadanos que probablemente no son nada de eso, y los lanza a la calle para que alboroten, se emborrachen, bailen, quemen pólvora en abundancia y se entreguen a todos los goces de la fiesta. Los romances anónimos que, en largas parrafadas se transmiten de padres a hijos –aunque he leído que algunos de esos versos quizás ya deformados fueron escritos por el mismísimo Gracilazo de la Vega-, sirven de apoyo para todo ti

Capítulo 7. Prueba de artista

Delante de mí, en la fila, un chaval con cara de despistado se rascaba detrás de la oreja como si aquella mañana no se hubiera lavado. A mi lado, otra daba saltitos como si tuviese ganas de orinar. Estábamos todos un poco nerviosos en el patio de los Salesianos, que tenían uno de los mejores colegios de Alcoy. Después de haber pasado todos los trámites, habían decidido plantearnos un nuevo examen. -A mí me han dicho que es una plasta ser del coro- dijo el que le picaba la cabeza-. Te hacen quedarte después de las clases para los ensayos. Y no te hacen ningún favor, no creas. Vamos, que te catean si no estudias. ¿ Tú, cómo te llamas? -Yo, Camilo. -Me lo ha contado mi hermano. ¿ Sabes lo que voy a hacer yo? -No. ¿Qué vas a hacer? -Cuando el cura ponga las escalas, lo hago todo al revés. Aunque se cabree. A mí no me cogen para el coro ni a tiros. Estaría bueno. -Pues yo creo que éste tiene razón- dijo el que se orinaba-. Aunque los del coro tienen que tener enchufe, a la fuerza... Y les d